
Relatar un viaje es como bailar sin pareja, limitados por la ausencia de alguien capaz de comprender una danza que no comparte. No voy a intentarlo.
Entre humos, alcohol, noches frías, cafés edulcorados y la compañía de la música he vivido unos días inolvidables. Nunca sabes cuanto puede ayudarte una canción, una ciudad lejana o una persona que desconoce el poder de su presencia. En un Madrid soleado, donde las calles grises desprenden olores de rock, rodeada de gente nueva y envuelta en ropas ajenas, he tenido el placer de descubrir cuanto puede aportarte la compañía y generosidad de quienes te ofrecen todo y no piden nada a cambio. He andado descalza en un mundo mágico de sonrisas sinceras, abrazos compartidos y canciones inolvidables. Sólo desaría que todos tuvieran la oportunidad de sentirse tan sumamente bien como yo me he sentido estos 4 días. Y únicamente me queda agradecer a todos aquellos que han hecho vibrar mi corazón y le han dado un vuelco positivo a mi vida condenada por la nostalgia. A mentes jóvenes que navegan en mares cercanos y que te ofrecen un salvavidas sin dudarlo, a poetas en concierto, a extraños que observan, a músicos que prometen, a amigas que merecen tanto, a locuras improvisadas, a sentimientos que son mostrados, a lucía y su bella historia de amor.
Cuando sucede algo extraordinario, no suele repetirse. Sin embargo, me queda el consuelo de poder vivir algo parecido, la alegría de saber lo que ya sabía, y cómo no, la música.
Gracias Cris por abrirme las puertas de tu vida.